martes, 3 de junio de 2008

Una temporada inolvidable (Parte I)


EN PRIMERA FILA

Por Gilberto Dihigo

La temporada de 1998 en las Grandes Ligas fue la reafirmación de que el beisbol volvía a ser el rey de los deportes.
Luego de aquella nefasta huelga ocurrida en 1994, la disciplina cayó en un hueco al perder popularidad entre sus simpatizantes, quienes vieron asombrados ese año la suspensión de la Serie Mundial por diferencias en la repartición del billete verde entre dueños y jugadores.

Eso no lo consiguieron ni la primera, ni la Segunda Guerra Mundial, ni los conflictos bélicos de Corea y Viet Nam, ni los disturbios raciales de los años 60, ni el asesinato de John F Keneddy en 1962, ni el terremoto de San Francisco en 1989 y solo el metal que "te aparta del trabajo, te absuelve de vivir", como indica el poeta mexicano Jaime Sabines, pudo detener la aceitada maquinaria.
En 1997 ocurrió un signo de recuperación cuando la televisión estadunidenses reportó, por la discusión de los banderines de la Liga Nacional y Americana, niveles de audición superiores a los reflejados en el futbol americano.

Lo primero que ocurrió en esa inolvidable temporada de 1998 fue que el entonces comisiónado interino Bud Selig cambió el sistema competitivo en la fase final con un formato 2-2-1 con ventaja de campo para el equipo que alcanzara mejores resultados en todo el campeonato.
Con esos vientos renovadores comenzó una de las temporadas más sobresalientes en toda la historia del deporte de las bolas y los strikes que acaparó ella sola, hechos de tanta magnitud, como otros dispersos dentro del devenir de ese deporte.

El año 1998 penetró en el libro de recuerdos imborrables, como cuando el juez Kenesaw Mountain Landis, el primer comisionado del beisbol transformó las Grandes Ligas en una organización de respeto, como los batazos estremecedores de jonrón del regordete "Babe" Ruth, quien impulsó cotas ofensivas impresionantes en todas la década de los años 20 o como, aquel equipo Yanqui de 1927, al mando de Miller Huggins, que obtuvo 110 triunfos y solo 44 derrotas, considerado por muchos especialistas el más grande equipo de beisbol de todos los tiempos al acumular de manera colectiva 489 de promedio al bate.

Por supuesto lo más impresionante resultó la batalla en pos de implantar una nueva marca de cuadrangulares en una campaña, record que pertenecía al mítico Roger Maris con 62 desde hacía más de tres décadas y que el fornido Mark McGwire, de Cardenales de San Luis y el dominicano Sammy Sosa, de Cachorros de Chicago, porfiaron a través de todo el campeonato.
Al final la marca quedó en manos del rubio McGwire, quien detuvo en 70 la hemorragia de batazos fuera de los límites del terreno, una cifra, que de estar vivo el gran Babe Ruth, el primero que estableció en 1927 el "jonrometro" con 60, no hubiera podido creer.

Según el escritor Robert Creamer, autor de la biografía "Babe, la leyenda vive", el día que Ruth logró su cuadrangular 60 frente a los envíos del lanzador Tom Zachary de los Senadores de Washington, gritó "!sesenta, cuéntenlos, sesenta!, a ver si otro hijo de su.. iguala eso, como si ese record llegara para quedarse toda la vida.

Lo mas significativo de esa contienda por conquistar el cetro de máximo jonronero resulto la caballerosidad que ambos beisbolistas desplegaron en su enconada lucha, donde contrario a los sentimientos de exacerbado individualismo, feroz competitividad y egoísmo absoluto, que generan algunas personas en este sistema social, nunca profirieron palabras altisonantes y cada uno elogió al otro, pese a las pasiones que despertaron entre sus seguidores. (continuará)

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