EN PRIMERA FILA
Por Gilberto Dihigo
Existe entre muchas personas un criterio subjetivo y poco científico que coloca a los deportistas en el inferior escaño de brutos e insensibles y pocos propensos a los gustos artísticos.
Aseguran esos seudoteóricos de la naturaleza humana que los deportistas son cortos mentalmente y solo se interesan en cultivar sus músculos y que fuera del espectro deportivo no conocen ni una papa y por ello practican deportes.
Con esa misma vara colegas de otras especialidades miden a los periodistas deportivos, a quienes ven como imágenes de aquellos a que dedican sus esfuerzos; en pocas palabras: insensibles y sin cultura.
No es cierto que solo el mundo deportivo tenga ese nivel de cretinismo. La estupidez, como la gripe, se disemina por todas las esferas sociales y la insensibilidad vuela por doquier.
Un amigo cercano narró que una muchacha francesa le hablaba muy entusiasmada de la música de Shakespeare. El, sorprendido, le comentó que el "cisne de Avon" no era músico, sino escritor y la chica con aplomo le respondió que eso era en otros sitios, pero que allí escribió música. Vale decir que la muchacha no era deportista.
El ideal griego del deportista era la formación de un hombre culto y bien preparado deportivamente. Numerosos poetas, literatos, filósofos e historiadores de la antigüedad se inspiraron en los Juegos Olímpicos y durante esa cita se reunían con el objetivo de comentar sus obras después que los atletas competían.
Nadie puede señalar con certeza en qué lugar de la historia se desvió esa intención y comenzó el enjuiciamiento critico del deporte como simple amasijo de músculos, sin corazón, ni sensibilidad, como una actividad de escaso valor intelectual y poco digna para que los artistas fijen su atención.
Pierre de Coubertain, el creador de los Juegos Olímpicos modernos, intentó organizar concursos de arte en las citas cuatrienales, como forma de resaltar la unión estrecha entre el deporte, la cultura y las artes.
La vanidad de los propios artistas, quienes no aceptaban la condición del anonimato en que debían participar, suprimió poco a poco esos certámenes.
El Comité Olímpico Internacional hace esfuerzos por recobrar esa idea del padre del olimpismo, para volver a juntar las actividades artísticas y deportivas, por eliminar esa falsa idea de que dentro del deporte no hay inspiración intelectual.
Vamos a ver, ¿acaso la pasión, sufrimiento, jubilo, furia, heroicidad y cientos de matices que hacen vibrar a los aficionados en las instalaciones deportivas no pueden ser temas para la creación de artistas plásticos, coreógrafos o compositores musicales?
Para conseguir esos acercamientos es necesario romper esas rígidas armaduras llamadas prejuicios con la que pretenden aislar una actividad de otra, como esa de inscribir a los niños en el judo o en el futbol americano, porque "son cosas de hombres" y las niñas en clases de ballet o piano, porque "la hacen más féminas".
Es una burda mentira de que los deportistas son seres incapaces de apreciar la belleza del arte y que fuera de su mundo se ahogan. Los deportistas no son brutos, ni insensibles, creer eso es un sofisma y una manera de prolongar el mito.
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