Hoy en la tarde vi lanzar un buen rato al zurdo de plastilina, Jamie Moyer, de 45 AÑOS. En siete entradas permitió sólo dos hits sin carreras a los poderosos bates de los Mets.
¿Cómo lo logra? Probando, una vez más, uno de los credos o dogmas del pitcheo: No se necesita velocidad, se necesita ubicación, inteligencia, movimiento, cambios de ritmo y oferta de lanzamientos. Yo lo repito como un estribillo, pero cuando se ven a tipos como el abuelo Moyer con sus rectas a 82 milllas (la más dura, eh) queda claro lo que les digo.
No les miento si les digo que los tipos estaban en el cajón de bateo apretando el trasero por la inseguridad de no saber qué le iban a tirar. En la cara y los ojos saltones se les veía el desespero, la angustia, pensando, Díos mío, qué me tirará este tipo: el cambio bobo afuera, la curva baja y adentro, la recta en la esquina, la curva al centro contra el suelo. Así se fueron volando las siete entradas, con flaicitos inofensivos porque sacaba a los bateadores de balance, o con roletazos tontos por el campo.
El béisbol moverá seis mil millones de dólares al año sólo en Estados Unidos, será muy sofisticado con súper peloteros, pero tiene la misma esencia que hace 150 años: un pitcher inteligente es todo lo que se necesita.
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